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Buscando mi mono gramático. Teresa va a Japón, por Rosa Amor

Ahora me doy cuenta de que mi texto no iba a ninguna parte, salvo al encuentro de sí mismo.

Octavio Paz. El mono gramático

           

Fue absurdo pensar que todo iría bien porque para eso no se viene al mundo, precisamente para que todo vaya bien no, aquí hay que estar siempre mal y con mucho sueño, pensaba por aquellos días mi amiga Teresa no sin cierta razón ¡Qué horror el comentario de hacerse viejo que todos hacen para que les digas que no están mal! Bueno, todos hacemos frases del tipo: “¡Sin gafas ya no soy nadie!” o “!Es que estoy ya muy mayor!”, que es de las preferidas por la población. Como había escrito Octavio Paz en los versos de la Refutación de los espejos: “Los espejos repiten al mundo pero tus ojos lo cambian: tus ojos son la crítica de los espejos: creo en tus ojos. (…) ese agujero no es el espejo que devuelve tu imagen: es el espejo que te vuelve Imagen”.

Claro, en esa rotación de espejos, en esa rotación absurda de devenires, de miles de fotos de Henry Cartier-Breson y de miles de espejos con que Teresa tenía decorado su salón, pensaba sin duda que nunca se está en lo mejor de la vida, lo mejor de la vida está cuando se termina. Teresa había triunfado en este apartado y consiguió paliar los efectos de las desgracias mediante el efecto de la superposición, tuvo suerte en este sentido, y es por encima de lo bueno o de lo malo de su existencia, en efecto, que se superponen nuevas cosas que le hicieron distanciarse o mirar con lejanía aquellos acontecimientos, tanto de un lado como de otro del dolor y de la alegría, así hasta que la muerte nos separe. Es decir –entiendo yo- que hay personas o personajes a los que la vida no les da la oportunidad de poder olvidar o distanciarse de aquello que fue tremendo en su vida, por eso se quedan como anclados a la desgracia sin poder alejarse de ella, o a la alegría sufriendo de nostalgia de aquellas cosas que pasaron buenas para nosotros pero que ahora por alguna razón son tiempos que ya no se pueden vivir igual, de ahí la añoranza, la tristeza absoluta que sentimos sin saber por qué, muchas veces o muchos días o puede que muchos años. Deberíamos tener un espejo nuevo cada cierto tiempo, así configuraríamos nuestra imagen nueva, recién nacida, ante el ocaso, la autodestrucción y el no progreso. 1785 y sin ningún pronombre demostrativo que llevarme a la cabeza…

En fin, que Teresa es una triste —le decían, le digo— porque dio por perdidas determinadas situaciones a las que no dedicaría ningún esfuerzo, porque según ella están olvidadas y excluidas del para sí, en eso tuvo perdida toda la ilusión y puede que tuviera perdida toda la esperanza en cierto modo. Quizás ha vivido en una fuerte depresión —como dicen ahora— y nunca lo ha identificado como tal, sobre todo por su potencial de energía, una energía que a todos ha emocionado, una energía que le configuró en un ser diferente a los demás, con una dignidad de otro mundo, quizás era por lo de estar hecha todo un personaje y venir de allá, que nunca se sabe. Monos y más monos gramáticos generativistas vienen a mi memoria haciendo el pino, y yo con estos pelos.

-Sofisma.

En la fauna de caracteres, también se puede ser un sentimental y ya está, digo yo. Y yasteo como me da lagana y no lana, y me admito como soy, sin tener por ello que ir irremediablemente al psiquiatra, si uno es un sentimental, pues lo es, como el que es alto, guapo, gordo, o flaco. ¡Esa puñetera manía tan contemporánea de pretender que todos seamos iguales me exaspera! Por tanto, el que no es algo, el que no tiene espejo ni gramática, está desde luego perdido: es un rarito de tomo y lomo. Poca metafísica veo yo en todo esto, ¡insisto! poca. Otra vez 1785.

En fin, sigo. Como sea, Teresa vivía en cuanto a lo cotidiano en perpetuo empute, voz no recogida en el Diccionario de la RAE —que se sepa—, pero que define muy bien el estado de cabreo. Ahora mismo acaban de entrar varias moscas, hecho razonable si se tiene en cuenta que una cosa es ventilar las habitaciones y otra muy distinta tener las ventanas de par en par doscientos minutos para que se llene la casa de bichos inmundos, pero es que la señora de la limpieza es así, nadie hace bien su trabajo, o lo hacen raro.

En el fondo no tiene la culpa esta trabajadora del nettoyage, el culpable de mi empute, además de las moscas es un casposo compañero de departamento, o directorcillo, ese de los que como te ve de aspecto joven y mujer, sobre todo mamá, la has jodido, de esos que se convierte en paternalista y supresor. Los textos puede que se hagan a sí mismos, pero hay cada uno que necesitaría varias vidas y diversas historias de la literatura para que le dieran algún papel de sui géneris, porque lo que se merecen es no salir nunca, ni de malos, bueno se merecen que no salga de ellos ni la caspa, ni de ellos el primer mono precursor de su estampa. ¡Anda ya!

Sigo. Había sido –como digo- un día como tantos de diario y tanto el empute como el verbo yastar habían crecido sobremanera cuando Teresa intentó no obstante que su amiga Eva Ojeda presentara su libro de poemas en la Universidad extranjera de unos amigos. ¡Acabose! Resulta que la señora, porque esta vez topó con una colega, no quería promocionar a la poetisa tal honor, porque no era conocida y ni siquiera había ganado ningún premio, tan solo tenía un libro de poemas autopublicado. 1785.

—¿Y qué? —contestó Teresa—, todos los grandes lo han hecho, todos se han autoeditado sus primeros libros, lo importante es que éstos de la Ojeda son buenos. En cuanto a lo de los concursos no me toques las narices o ¿vas a decirme que los integrantes de los jurados que valoran obras son alguien como para decidir el futuro de un creador? Tranquila doctora —esgrimió Teresa—, ya me encargaré yo de que se conozca a Eva Ojeda. Además, tú te lo pierdes, porque es guapa, da fenomenal en las cámaras de la tele; ha sido puta, con lo que te pierdes conocer a alguien de esta especie; sabe de arte más que tú y que yo, y sabe hablar de todo, bueno sabe más que tú y yo juntas. No te preocupes, guarda tu Universidad para los fósiles, que, desde luego, no me extraña que no sembréis las semillas ni de la afición por la literatura, ni de la creatividad, ni de nada… Bueno sí, la supresión de la conciencia… Estas y otras cosas cariñosas habíale esgrimido Teresa a la decana en, sutil al principio y al final encendida, conversación colegial y normal, en un día cotidiano de moscas y más moscas que entran a joderte la marrana. Es que la Universidad, y su encorsetamiento, también es así; en general, están los que no tienen que estar. 

Nada como la esgrima, deporte que Teresa practicaba siempre que podía. Un deporte en España elitista y mal mirado, sobre todo si es esgrima artística: “¡Ah!, sí, eso en que te disfrazas de mosquetero!”. Somos unos paletos… Ahora me acuerdo, 1785, es la fecha en la que Carlos III instituyó la bandera roja y gualda, de tres listas para los buques de guerra y la de cinco para las demás embarcaciones; la primera se convertiría paso a paso en la bandera de España. Hecho fundamental para los españoles, sobre todo si se tiene en cuenta que ese mismo año Mozart realizaba tres de sus mejores composiciones: El concierto n.º 20 en do menor, K 466, el concierto n.º 21 en do mayor, K 467 y el concierto n.º 22 en mi bemol mayor, K 482. Los españoles como siempre pensando en españoladas fundamentales, ergonáuticas, como si no hubiera otra cosa más importante, menos mal que han existido otros que por fortuna nos han llenado de gloria y en aquel mismo año de 1785, Francisco de Goya inicia una serie de retratos de los directores del Banco de San Carlos —embrión del actual Banco de España— con el de José de Toro, un retrato por el que Goya recibió 2.328 reales y en el que asombra la mirada del personaje. El tal, era un rico indiano, diputado de la nobleza del reino de Chile, que llegó a ser director del Banco de San Carlos. En España siempre atentos como José de Toro a sucesos extemporáneos, atentos a otras cosas que no nos conciernen y Goya como espejo de su tiempo así lo refleja. Así andamos todavía.

Teresa dice que hay que ligarse a todo lo español, dice, porque vengo de aquéllos, de todos. ¡Como vivo fuera!…y qué, que viva fuera…me gusta el jamón tanto como el paté ¡pero qué paleta y loca eres hija! Ires de venires de tiempos que a veces no fueron «mehoreh». ¡Claro que Teresa vive toda la vida en las clases de lingüística aplicada a la literatura y en la vida de los autores explicando dónde habían nacido éstos, y lo poco leales que habían sido a su tierra, con razón Teresita comenzó a perder la razón. ¡Los autores españoles son españoles y se acabó! Como los franceses –decía- son franceses. Después de todo podían haber pedido la opinión de don Francisco de Goya para lo de los colores de la bandera, a lo mejor hubiera organizado la debacle.

Lo cierto es que así: tras tanto andar muriendo, tras tanto de uno en otro desatino… Así fue como mi amiga y colega Tere conoció a Patrick una noche en Shiatshu, un garito de occidentales en Osaka, una de las pocas noches en que Teresa salió por puro compromiso, por salir, como todo el mundo, y salió a ver qué pasaba como siempre en busca de haikú, de demostrativos, de perífrasis, de espejos, de monos gramáticos, salir por salir de forma absurda, como toda ella. Trabajar en un lectorado en el extranjero es, como no sea el momento, un tostón. Habiendo llegado a la idea Teresa de que como su padre jamás habrá ningún otro en la Tierra, pues una tiene que abandonar y desistir en que más padres ya no va a encontrar, por que no lo son, ni hay que esperar que lo sean. No hay que buscar nunca un padre, tampoco el «padre y muy señor mío» porque éste será siempre otro ser interesado en otras cosas que un noble padre no lo está, pater familias.  Con los hombres lo mejor es –de esto ya hemos hablado- como si no existieran, y si existen en los espejos pues no agobiarles, no hacer preguntas, no esperar nada y no pretender sorprenderles siendo lo que no se es ni jamás se va a ser, el espejo es a la realidad lo que la gramática a la existencia. Los hombres: in homine fidem et industriam mágnum videbat.

Japón fue el país de acogida donde de forma temporal Teresa se trasladó como profesora de español a la Universidad de Osaka, y cualquiera se preguntará si es que los japoneses tienen interés en aprender la lengua de Cervantes, a lo que yo les contesto que sí, sí, tienen mucho interés, otra cosa muy distinta es que lo consigan, pero cuentan —por si les interesa— además con muchos departamentos de español, bien organizados: con inteligencia y saber estar. A los orientales les interesa todo lo occidental. Y por si alguien no lo sabe, han tenido y tienen continuos negocios con el Perú, por lo que se les hace obligatorio para algunos y curioso para otros aprender la lengua española. Pero, vamos, de todas formas, allí hay gente para todo. Podría en este sentido hablar de las relaciones entre Perú y Japón, pero no quiero porque me pongo muy nerviosa y vuelvo una vez más al empute nacional y extranjero cuando recuerdo a Fujimori o a Ciro Alegría, ¿vale?. Digo Vale, como Cervantes.

Era jueves y aquel día Teresa estuvo cansada de japoneses, de que todo lo reverencien, de hacerle a uno sentir que es alguien cuando no es así, de terminar sus clases con «oari mas oskare samadesta» y tener que sonreír. Sobre todo, estuvo harta de estar con una gente que todo lo aguanta; del culto a la timidez que está muy bien pero no siempre porque nadie se deja conocer, sí, los japoneses lo aguantan todo, incapaces de rendirse al desaliento, sufren con una gallardía que asusta, que les da esa condición de seres de hierro, de máquinas. ¡Cómo les han cambiado los tiempos también a estos! Ahora lo tienen que importar todo porque se quedaron sin almas, sin artistas y como tampoco tienen posibilidad de acceder a viviendas dignas, pues eso, a comprar flamenco, discos o batidoras nuevas cada mes; la posibilidad de viajar les ha dado a algunos nuevos mundos, pero enseguida tienen que volver para poder comer su comida, si no se hunden…Cuando mi amiga viajó a Japón, fue buscando –irracional ella- sintoísmo, budismos ancestrales, y le costó, le costó, pero le costó encontrar lo que buscaba en una ciudad como Osaka en aquel entonces, hacia el 1990, con unos 16 millones de habitantes que pululaban de un lugar a otro en bicicleta, como sin saber a donde van, más bien con gran capacidad de movimiento, ¡eso sí!: de movilidad, como les gusta denominarlo a los políticos.

Aquellas gentes japonesas son prodigiosas, nunca tienen vacaciones, sólo el día de la primavera y poco más, así que para una española a la que inevitablemente tiene por obligación que adorar las tapas —con denominación de origen—  y los baretos pues la cosa se puso dura, por lo de la tendencia a los encasillamientos. Pero, en fin «en peores garitos hemos hecho guardia», frase clásica de la mili, que gran parte de los hombres conocen al pasar por ese trance de su vida, que define muy bien la situación. Por cierto, ya los hombres de hoy no tienen —al igual que las mujeres la etapa de partos y cesáreas— cosas de la mili para contar, así que la historia se pintará de otra manera; que conste que siempre generalizo, ya sé que no todas las mujeres han sido ni tienen por qué ser madres, ni eso es lo más importante, ni todos los hombres han hecho la mili, pero tenía su aquel, escuchar a los españolitos al final de la fiesta con alguna que otra copilla, hablar de sus fraternales experiencias en este sentido. Muy importante para la integración del amigacho o colegón preguntarles con fervor e interés acerca de esta etapa de sus vidas, en cierto modo rejuvenecen algo, les da marchilla. Lo veo: ¡hombres con barriga, calva y exaltación que hablan a grito pelado en un bar procurando ser comprendidos! Quimera inadmisible. Toda evocación del recuerdo nos imprime cierta renovación de la existencia. Esta práctica la había hecho Teresa mucho en Japón, no la de la mili, sino la de la evocación hacia tiempos pasados.

Aquel día desde su apartamento de lujo en Fuminosatoquiso ir hasta Nambaen taxi, a sabiendas de que pagaría muchísimos yenes, pero al menos se abrirían las puertas automáticas, un chófer perfectamente uniformado le ofrecería bebidas diversas, haría un recorrido feliz hacia una posible aventura. Los taxis allí son también otro mundo. El trabajar como máquinas y no saber solazarse es intrínseco al mundo entero, con la excepción de los españoles, que, en contra de las apariencias, somos los que más trabajamos, pero también sabemos disfrutar como nadie o mejor que nadie, de la vida, con nada. Las dudas vienen si este mélange interesa dentro del país o no, o quizás es mejor que estos talentos de seres escogidos, que así tengo yo a los ibéricos, estén mejor desperdigados por el planeta dando por saco, porque lo que es todos juntos… ¡le fine!

Para Teresa la única acción de ir a buscar aventuras le parecía vomitivo, era el plan de las amigas de los viernes noche o sábados, salir a ver qué pasa, ¡deleznable! Mil veces sola. Teresita Méndez era la leche, simplemente nunca salía por la noche —quizás porque siempre cambiaba su vida como los espejos— y aquella noche era oscura, mucho, quiso salir y quiso hacerlo de forma confortable. Salió como una reina. Shiatshu  era uno de los pocos locales adonde acudían lo que en el argot se decía occidentales, y en esa raza, lo mismo podías encontrarte franceses, americanos, alemanes, italianos, peruanos, canadienses… que uno de Burgos…, no tengo nada en contra de los burgaleses, pero tiene menos glamour ¿o no? Es como las palabras ‘chorizo’, ‘cebolla’, o ‘paté’, ‘saumon’, ‘foie’, con las primeras te sientes como las serranas del Arcipreste de Hita, y con las segundas te imaginas ser Emma Bovary de cena con los mismísimos hermanos Goncourt mano a mano; es el debate de lo extranjero y de cómo nos ha llegado en nuestra tradición histórica, del cómo apreciamos todo lo externo, nada lo nuestro y biceversa. Bueno, a Teresa le habían hablado algunos compañeros –más amables en apariencia- que todos los viernes se dejaban caer por allí, que fuera, que ya se verían.

Era lógico, lo mismo que a los occidentales les parecen los orientales todos igual, sin distinguir entre coreanos o chinos o japoneses…, pues, por asimilación, occidente también es así, para los orientales todos los blancos son igual y huelen como a pis. No sé bien qué hacen con los africanos en cuanto a las distribuciones. Surgieron al tiempo ecos infantiles no superados cuando al entrar recordó las palabras que su madre siempre le repetía cuando volaba su adolescencia: “mira Tere que en esos lugares y a esas horas no hay ningún hombre interesante”. En cierto modo, la experiencia le había demostrado una parte de razón en esto, por ello no había psiquiatra que le arrancara la fijación…¡la noche, siempre mala!…en fin. Llegó y se encontró con unos diez tíos o mendas y el equivalente en mujeres surcando la barra de la tasca del lugar en el que había que entrar cortando el humo a cuchillo, lo que a Teresa ya le horrorizaba por su increíble manía de tener que oler bien, el humo de cigarros olía muy mal, y atascaba sus perfumes franceses, Ella que siempre era protagonista, la starring de su vida oliendo a tabacazo, ¡qué maripuri! En fin, ya no era momento de echarse atrás, ya había visto a Azucena      —otra colega de las de español—, al absurdo de Luis de la Universidad de Takarazuka, Hidefuji Someda, Tetsuo Yosikaua,  y Nama, entre otros más, y ellos ya la habían visto entrar, con lo cual la huida era imposible.

-¡Socooooorro me quiero ir, quiero mis adjetivos calificativos! Nadie contestó.

Honorables y orientales saludos varios, golpes de cabeza, hipócritas sonrisas de bienvenida, mucho teleñeco en definitiva, un enorme instrumento, un violonchelo, otro más pequeño, un violín, y dos hombres a los que Teresa no conocía ni de cerca ni de lejos. Uno de ellos llevaba cabellos rubios largos, recogidos en una coleta con lazo negro, un tal Patrick Carrión, francés, y otro italiano, precisamente de Cagliari (conozco esa ciudad y cuando Tere me contó…), se llamaba Francesco Buonarotti, como casi todos los italianos, impecable; en cualquier caso, ambos entraban en la denominación de «occidentales» y eso en Japón daba mucha alegría. Poder mirar ojos normales, cabellos normales o sin cabellos, honradas calvicies curradas a fuerza  de hormona masculina… En fin, no quiero decir con esto que los japos no sean machotes, ¡no por Dios!, ni que todos tengan los pies muy pequeños, ¡no por Dios!.. es que no sé, no sé, se decía Teresa.

Su rostro, el de la españolaza, cambió, porque además de todo en el Shiatshu, donde siempre se hablaba inglés, resultó que los dos nuevos hablaban mucho y sobre todo querían hablar español, ¡bien! Ya sólo por eso había merecido la pena salir, hablar la lengua madre a veces viene a ser más que una bendición del cielo, más que el maná bíblico, más que el mundo entero, sobre todo para alguien tan tímido como Teresa. La timidez fue uno de los denominadores comunes entre Teresa y Japón, por eso se sentía bien. Observó que aquellos dos eran músicos…¡claro sobre todo cuando tienen al lado un violonchelo y un violín! No será para sacarlos de paseo como a una mascota! O alomejor si, hay gente muy rara. Teresa pensaba: amarán a Puccini y a todos los demás, ¿tal vez a Schumann? Ah!, pues yo podré ser como Teresa Schumann, seguro que aman a todos mis autores preferidos. Esa es otra costumbre virulenta del ser humano, el pretender que los demás sueñen y les guste las mismas cosas que a uno. Mal, muy mal.

El caso es que la noche se prometía tranquila, menos mal que a los compañeros de Teresa no les había dado por desbarrar pidiendo sake y emborrachándose en cinco minutos como era la costumbre de los nativos, ¡qué raza tan compleja! ¡Qué seriedad y educación y qué forma tan bochornosa de perderla en cuanto se atizaban una simple cerveza o biru como dicen ellos! Los chicos parecían tranquilos y recientemente habían terminado su actuación con la Orquesta de Osaka en el Teatro Kintestshu, un auditorio bárbaro que tienen allí como todo lo de ellos, pura megalomanía. En fin, eran músicos invitados como solistas principales de chelo y violín. Francesco era dulcemente amable, boca de melocotón, con hidalgos modales, enormemente atractivo, varonil, vestido con exquisitez, virtudes que además de llamarse Francesco le definían como «el italiano», ya sé que el seudónimo no es nada original, pero los nombres sí, ¿verdad? No es lo mismo conocer a Francesco y Patrick que a Manolo y a Pepe, por poner un ejemplo, bueno, ellas me entienden, a las starring les pasan estas cosas y a las amigas de las starring pues también ¡lo siento!

Francesco tenía las piernas cruzadas como una mujer, unas piernas muy delgadas que cubría con un pantalón muy clásico de cheviot verde oscuro, chaleco alto, corbata a la antigua de nudo muy ancho y una chaqueta a lo Cary Grant, larga, cruzada y con doble botonadura. Olía a Azzaro. En esto del olfato, Teresa era magnífica y esta cualidad le ayudó mucho en su vida, se parecía al protagonista de la novela El perfume de Patrick Suskind, Jean Baptiste Grenouild, o la protagonista de El amor en los tiempos del cólera, Fermina Daza, también bastante starring, quien descubre la infidelidad de su marido médico olfateando en su ropa; Teresa también era así, un poco chucho. Y había calado el olor del Azzaro un poco sudado en un cuerpo moreno y limpio… aquello era el colmo de la atracción. El tal Francesco no era consciente de su potencial, como casi nadie lo es cuando de verdad se tiene, ni la misma Teresa lo era, pues siempre se consideraba una mujer del montón de los montones, con arrugas por doquier, y en el fondo, sin llegar a poder controlar la capacidad camaleónica que su cuerpo y su rostro podían llegar a producir. Teresa podía llegar a ser un animal de seducción, pero ella ni lo sabía, ni le interesaba nada en absoluto. La vida, un salto de tropiezos.

El Francesco era como se dice en los madriles un figura, un vivales, y ya le hubiera gustado a ella pasearse con él del brazo y no con el cochon de su ex marido por algún lugar. El marido de Teresa dejó de existir en su día, lo que es morirse vamos. Francesco era de los que te agarraba del brazo como si hiciera mucho frío, como en las fotos en blanco y negro de los antiguos cuando iban por la calle, parecía que fueran diciendo ¡qué no me quiten a la que es mía!. La infeliz Teresa pudo comprobar estas ideillas salidas de su mente, este adelantarse a los sucesos después, más tarde, porque él la cogió así del brazo. En fin, Francesco era aquel hombre con quién soñar, en quién pensar en las noches de tormenta, al leer a Bécquer, o al pensar en un revolcón o en un viaje al Taj Mahal o al mismo Senegal. En efecto, Francesco, con toda probabilidad, lo mejor que tendría que decir lo diría en la cama. Teresa, a quien le gustaban más bien feos, pensaba que ir a la cama sólo, como única y desesperada solución sin más que hablar, se debe hacer sólo con los extraordinariamente guapos, porque éstos no tienen palabras, sólo culo donde agarrar y cuerpo donde acariciar. Los sin palabras.

Era obvio que Teresa estaba llena de tópicos, y por más que se lo he dicho nada, pero hasta su momento, no había encontrado la excepción, quizás la meta de su vida era encontrar la excepción como en Gramática Generativa, para luego no llegar a ninguna parte. Si Eva Ojeda —nuestra amiga puta— le hubiera conocido hubiera encontrado sin duda el motivo para dejar de serlo, ¡qué hombre, por Dios, más bestial!. Me espían mis pensamientos. Pienso que no pienso (…) La realidad está al borde del hoyo siempre. Pienso que no pienso. Como un golpe en la mente de Teresa se repetían los versos de diferentes poemas de Árbol adentro de Octavio Paz, ese compañero infatigable que había sido el poeta mexicano para Ella en Japón. Así machacaban cuando, sin embargo, se fijó en Patrick, éste no sólo era músico, sino que lo parecía, que ambas cosas son fundamentales en un artista. Ser y parecer. Es una sobreactuación de las situaciones y sobre el mundo que nos rodea, primero hay que creer firmemente en la situación, en el papel que nos ha tocado o en la situación que hemos elegido vivir, después hay que trabajarlo bien, interiorizarlo, visualizarlo dentro, desde la introspección de nosotros mismos; es un proceso actoral, es el proceso de Stanislavski; para después poder conseguir que los demás, la comunidad, los seres que nos rodean nos acepten exactamente en aquello que nosotros queremos, y esta aceptación será realizada en la medida en la que hayamos hecho bien nuestro trabajo, nuestra fuerza. El aplauso es secundario.

A Patrick había que aceptarle como músico porque era imposible imaginarle de otra cosa, no podría aceptar otro personaje por nada del mundo, era como si hubiera nacido para ello, por eso era tremendamente honesto con la vida y con los humanos, eso luego se demostró. Teresa sintió eso de Patrick nada más verle y sintió una paz indescriptible, ¡por fin estaba con alguien de verdad!, ¡por fin estaba con alguien que estaba en su sitio y que estaba porque quería ser y estar donde quería estar, había hecho su proceso de aceptación y probablemente había roto más de un espejo! Quería ser Patrick y no otro, no sería jamás un ser envidioso. ¡Bien, Patrick sí merecía la pena! Teresa extrañada preguntó al franchute, es decir, a Patrick:

—¿Por qué hablas tan bien español?

—De pequeño estudié en un colegio español. Somos de Toulouse, mi abuela era española y mi padre también. Dejó escrito mi abuela —ella murió cuando yo tenía 8 años— que yo llegase a dominar el español como para llegar a comprender la literatura escrita de los clásicos. Mi abuela (paterna) no quería que la lengua de mi madre —el francés— invadiera mi español, siendo mi lengua materna el francés. Es verdad que el español de los exiliados en Francia se ha perdido en la mayoría de las generaciones posteriores, no fue el caso de Patrick. Domage.

-Mis padres se separaron pronto –continuó el músico- y yo me eduqué con mi madre, de ahí el miedo de mi abuela a la pérdida del español. Es que mi padre es un conocido crítico literario, profesor de universidad, en fin un pez gordo de las letras hispánicas, como tú te dedicas a asuntos lingüísticos según me han contado… pues por eso te lo digo. Y por ahí siguieron hablando.

A Teresa, ya se le habían puesto los ojos a cuadros, un francés que conocía literatura española y al que había conocido en un garito en Japón, desde luego que la noche estaba de suerte. Jamás hay que buscar aventuras, sólo con vivir la vida en su fluir normal es suficiente, la vida en sí misma ya es una aventura.

—¿Y realmente has conseguido que te guste la lengua española? — preguntó Teresa.

Patrick  dijo que sí, que no sólo eso, sino que además había vivido, dos años en Madrid y otros dos en Buenos Aires para hablar, sobre todo para sentir por medio de la lengua cómo es la vida.

—Osea, que has buscado tu gramática, el soñar de las palabras. ¿No te gustará Borges verdad?. Dijo.

Patrick y Teresa llegaron a ser todo en la vida. Tuvieron la relación más rara que yo he visto…Encontraron una gramática común y crearon por eso un mundo. Fabricaron una realidad. Ya se leerá en otro lugar.


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