Por Rosa Amor del Olmo
Por Rosa Amor del Olmo
A propósito del duelo y el enfoque infantil
Hablar de la muerte siempre es un tema delicado y que en general nos cuesta hacer. Es por ello por lo que los adultos tienden a evitar este tipo de conversaciones con los niños con el fin de protegerlos y no hacerles sufrir. No obstante, lo que consiguen actuando de esta manera es aumentar el temor de los niños acerca del tema (Feijoo y Pardo, 2003). Es difícil hablar de la muerte a los niños, especialmente en nuestra sociedad en el que la muerte y el dolor se han convertido en los nuevos tabúes modernos (Esquerda y Gilart, 2015).
Sin embargo, los niños perciben la muerte de muchísimas formas: noticias, dibujos animados, en los cuentos… y, por lo tanto, los niños deben de tener su espacio y oportunidad para aprender sobre la muerte partiendo desde los sucesos y observaciones que hagan en su vida cotidiana (Kroen, citado por Feijoo y Pardo, 2003). En esta línea, existen una serie de razones por las cuales es conveniente hablar con los niños de la muerte (Esquerda y Gilart, 2005):
- La muerte forma parte de la vida, de cómo entendemos y de cómo vivimos la vida.
- La muerte es un tema tabú en nuestra sociedad, sino hablamos, no se desarrolla el concepto o se hace de forma irregular.
- La muerte está presente en medios de comunicación, en hechos reales, en cuentos y juegos, pero eludimos la muerte como tema cotidiano y relacionado con la propia experiencia vital.
- El niño que convive con la verdad es capaz de afrontar la vida: le protegemos cuando hablamos, no cuando lo evitamos (sobreproteger es desproteger).
- Siempre es peor lo que uno imagina que lo que se puede
- Tener un concepto de muerte elaborado ayudará a tener un espacio mental dónde situar la experiencia en caso de que llegue alguna perdida cercana. No evitará el dolor, pero sí la desorientación y parte de la
De este modo, a pesar de saber las aportaciones que hace el hecho de hablar sobre la muerte con los niños, en la sociedad se suele pensar que no es lo más adecuado para una correcta educación, que hay que ocultarla a toda costa (Ordoñez y Lacasta, 2006). A esta forma de pensar lo llama Carlos Cobo (experto en duelos infantiles) “la gran mentira” dado que, si al niño se le proporciona ayuda, contención y funciones emocionales, podrá realizar un duelo sano o, como mínimo, lo suficientemente adecuado para garantizar su salud mental (Ordoñez y Lacasta, 2006). En este sentido, aunque la muerte es un concepto muy abstracto, el niño es capaz de entender que es un hecho de alto impacto emocional. Para ello, hay que tener en cuenta el nivel de desarrollo y ritmo que posee el niño para adecuarse a él de la manera más correcta (Esquerda y Gilart 2015).
Tal y como se ha indicado, la idea de la muerte va evolucionando a la vez que el niño se va desarrollando. Es así como el concepto de la muerte se construye a lo largo de la niñez (Ordoñez y Lacasta, 2006):
Hasta los 3 o 4 años hay una ignorancia relativa del significado de la muerte y no se considera como algo definitivo. Se suele confundir la muerte con el dormir. Entre 4 y 7 años, la muerte sigue siendo un hecho temporal y reversible, y los muertos tendrían sentimientos y funciones biológicas. Pueden preguntar cómo come el fallecido o si va al cuarto de baño. También puede haber “pensamientos mágicos”, en el sentido de que pueden creer que un mal pensamiento de ellos causó esa muerte. Entre 5 y 10 años, la muerte sería final e irreversible, pero los muertos conservarían algunas funciones biológicas. En muchos niños antes de los 10 años, la muerte sería irreversible y consistiría en el cese definitivo de todas las funciones biológicas. En casi todas estas edades, el hecho de la muerte le ocurre a los demás y no se piensa en una muerte propia (p. 124).
Siguiendo con esta idea y reafirmando lo indicado, la comprensión de la muerte en niños se divide en tres franjas de edad (Zañartu y Krämer, 2008):
- Antes de los 2 años: los niños no entienden el concepto de muerte, pero si existe la sensación de presencia y ausencia, asociando a ello manifestaciones de angustia. No hay pensamiento operacional ni la capacidad de integrar un concepto como la
- Entre los 3 y 7 años: la idea de muerte empieza a tener cabida en la mente del niño, aunque el niño el niño entienda la muerte como algo reversible o temporal con atribuciones mágicas.
- Entre los 7 y 12 años: el niño se empieza a acercar al pensamiento adulto y generar sus ideas propias, avanzando del pensamiento concreto al hipotético- deductivo, lo que quizá puede hacerlo pensar en la muerte como concepto universal y llenarse de preguntas ¿Si él murió, moriremos todos? ¿Si me enfermo también puedo morir?,
En conclusión, basándose en lo indicado por Ordoñez y Lacasta (2006) y por Zañartu y Krämer (2008) en la misma línea de pensamiento y compartiendo opinión, los niños en edad de preescolar entienden la muerte como un hecho reversible, temporal y de causa externa.
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